lunes, 10 de marzo de 2008

Turismo apresurado en Roma

XIII Reunión internacional del Órgano Asesor Científico del Convenio de Biodiversidad (Roma, 18-22 de febrero de 2008). Entre reunión y reunión –no entraré en cuestiones de trabajo- pude sacar algo de tiempo, siempre menos del que me hubiera gustado, para intentar conocer algo de la “ciudad eterna”, en la que nunca había estado. Armado con mapa, guía de viaje y cámara digital de bolsillo, este animoso miembro de la delegación española destacada en Roma se pateó, hasta donde pudo, una ciudad extensa y mal comunicada, donde sus principales museos y monumentos cierran por la tarde.

Roma tiene un encanto único, añejo. Es como si se hubiera estancado en mitad del siglo pasado. Pero, en el momento en el que acude a tu mente la sensación de que roza lo cutre, descubres, en cualquier rincón, una iglesia, una estatua, un palacete, restos arqueológicos… y te quedas entre sorprendido e impresionado. Con cara de pasmarote. Sin duda, el ideal del turista urbano-cultural. De ordinario, no practico esta clase de turismo. Pero en una ciudad así, me pongo a la cola para entrar donde sea.
El arco de Trajano, con el Coliseo al lado. Las piedras que le faltan al Coliseo sirvieron para construir buena parte del Vaticano.



Dicho y hecho. Allí estaba yo, impresionado con la grandeza –terrenal- de la Plaza de San Pedro en el Vaticano. La catedral del susodicho, la mayor del mundo, alberga tesoros únicos, como la Piedad de Miguel Ángel. No se como lo hice, pero pude colocarme en primera fila para contemplarla. Y no se como lo hizo (Miguel Ángel), pero de un trozo de mármol sacó una figura que inspira algunos de los sentimientos más humanos.


La Piedad. Le han tenido que poner un cristal porque un energúmeno rompió un trozo de la estatua hace unos años.

La riqueza espiritual del Vaticano debe ser mucha, pero su riqueza material no le va a la zaga. Patrimonio de la humanidad que disfrutan unos pocos. Pero dejemos las miserias humanas y volvamos a Roma. La parte renacentista y gótica es también digna de verse. Pero a mí, lo que más me gustó de lo poco que visité, fue, sin duda, la roma de “los romanos”: la roma clásica.

El coliseo es verdaderamente colosal –aunque el nombre se lo dieron por el coloso, estatua de Nerón situada en las inmediaciones y hoy desaparecida. Ya dentro, te imaginas las desventuras de los gladiadores y todo eso, y también las de la fauna del mundo entonces conocido. Un ejemplo: en recuerdo de no se qué batalla hicieron salir del interior de una ballena de madera 80 osos a la arena para deleite del respetable. Una orgía de sangre. Tigres, leones, elefantes y demás bestias, todas subyugadas al poder del Imperio, pondrían la adrenalina del público a 100 masticando gladiadores antes de morder el polvo. Curiosamente, parece ser que los cristianos no sufrieron estos espectáculos, como se nos ha contado tantas veces. Al menos, no existen pruebas fehacientes de ello.

El coliseo por dentro. Bajo la arena (que era una superficie de madera hoy desaparecida) había un verdadero laberinto, con sistemas de poleas y elevadores para sacar leones por sorpresa. Qué guasa tenían estos romanos.

Y el foro romano, uno de los que varios que se han encontrado, a 8 metros bajo tierra, es impresionante. Aquí se acumulan los templos paganos, -algunos fragmentos fueron aprovechados para adosar catedrales cristianas- y aunque solo quedan columnas y piedras, puedes imaginarte a las vestales, encargadas de mantener el fuego romano eternamente encendido, cuidando de su virginidad (si no, las lapidaban, así que más les valía).

Templo de las vestales, uno de los pocos que se conocen de sección circular. Las vestales requerían 30 años de aprendizaje, lo que me hace sospechar que harían algo más que echar chuscos al fuego eterno.

Al lado del moderno y funcional complejo de la FAO –donde se celebraban las reuniones- había un curioso descampado, donde a veces acudí a pasear. Me extrañó que una extensión tal de terreno se hubiera salvado de la urbanización romana (unos aprendices al lado de nuestros políticos y constructores, pensé). Luego me entero que en realidad es el Circo Máximo, donde atletas y cuadrigas competían para mayor gloria del emperador. Qué cosas. Resulta que el circo tenía gradas de madera, que ardieron todas las veces que fueron reconstruidas. Hoy, sólo perros y algún romano en chándal corretean por allí.



El Circo Máximo, con las ruinas del Palatino al fondo. Al turista apresurado le cuesta enterarse de donde está.

Como no conseguí integrarme en la masa turística, decidí que no lanzaría monedillas a la Fontana de Trevi ni metería la mano en la Boca de la Verita. Pero amigos/as, ya me estoy extendiendo mucho, así que voy cortando. Como conclusión, una ciudad tan llena de sorpresas que piensas que no estaría mal volver alguna vez…

Ave Cesar. Julio César, dictador perpetuo (es lo que pone).

Buenas noches y que disfrutéis todo lo que podáis
Ricardo

2 comentarios:

Nacho Aransay dijo...

Ooooh, mira qué es bonita Roma. La Piedad es una de las cosas más impresionantes que he visto en mi vida, me dejó con la boca abierta. Casi como el pangolín humano, ja ja. Un abrazo.

Unknown dijo...

Esta guay el "articulo". Sin embargo a mi lo que me dejo boquiabierta fue la Fontana de Trevi, no me la esperaba tan grande, ni aparecer asi, a la vuelta de la esquina.