miércoles, 11 de julio de 2012

El Solitario George

Hace un par de semanas estiró la pata “Lonesome George”. El Solitario estaba realmente solo, hasta el punto de ser el último de su antigua estirpe. En 2008 pude verlo durante un viaje a las Galápagos. Vivía en el centro de investigación Darwin, en la isla Santa Cruz. Aunque era oriundo de la isla Pinta, había sido llevado allí hace décadas, cuando se constató que realmente era el último de Pinta. El Solitario era todo lo que quedaba de la especie Chelonoidis abingdonii, aunque durante mucho tiempo había sido considerado una subespecie (Geochelone elephantopus abingdonii). En realidad daba lo mismo; una rama del arbusto evolutivo de la vida se ha perdido para siempre.


Distribución de las diferentes especies/subespecies de tortugas gigantes en el archipiélago de Galápagos. Fuentes: wikimedia.org, Storify.com (USFQ, Univ. San Francisco de Quito).


Las especies y subespecies van y vienen en el tiempo. A veces es un cambio en el clima, otras un meteorito, en ocasiones es la competencia con otras especies la causa su declive y extinción. Todo eso es aceptable. Lo inaceptable es que se vayan tantas especies en tan poco tiempo. En nuestra corta existencia como humanidad moderna, -es decir, desde que distinguimos unas especies de otras y dejamos por escrito lo que pasa-, muchas son las que ya se han ido para siempre.

George y los suyos nunca debieron ser muy abundantes. Perecieron porque los marineros debían abastecerse de carne durante sus travesías. Una tortuga gigante podía transportarse viva, de manera que era una magnífica despensa. Incluso el Beagle, el barco que transportó a Darwin en su famoso viaje entre 1831-1836, hizo acopio de tortugas. El propio Darwin así lo atestiguó en su “Viaje de un Naturalista alrededor del Mundo”, publicado en 1860.


Imágenes de principios del siglo XIX donde aparecen marineros extrayendo la carne de las tortugas (izquierda). A la derecha, los restos del festín. Fuente: onlineculture.co.uk, Storify.com (USFQ, Univ. San Francisco de Quito).


Y lo que no se comió el hambriento marinero lo hicieron las especies que nos han acompañado, intencionadamente o no, en nuestra conquista del mundo. Las ratas bien pudieron depredar las puestas, mientras que las cabras, herbívoros más eficaces que las lentas tortugas, les debieron ganar la partida por competencia en unas islas volcánicas sujetas a fuertes sequías (causadas por los ciclos de las corrientes marinas). En esas circunstancias, encontrar vegetales verdes pudo resultar demasiado complicado para una tortuga gigante.

En 2008, George me pareció que estaba todo lo triste que puede estar una tortuga, y lo cierto es que el espectáculo no me gustó demasiado (no me atraen demasiado los animales en cautiverio). Y a pesar de todo, lo cierto es que el Parque Nacional de las Islas Galápagos intentó que algo de George quedara entre nosotros. En mi cuaderno de campo apunté: “(…) el último de la subespecie de Pinta, que parece ha dado lugar en los último tiempos a tres puestas con las compañeras de corral que le han ido colocando (tortugas de las islas de Sta. Cruz o de Isabela). Los guías se muestran escépticos sobre el resultado de la incubación de estas puestas, y parecen hostiles hacia los gestores del Parque Nacional y hacia la labor científica en particular. El solitario George parece disfrutar de un baño en su piscina privada, a la que bajan a beber los pájaros (…)”. Cuatro años después, George se ha llevado para siempre sus secretos, y su estirpe ha sido borrada del planeta tierra. Llegó a ser un símbolo de la lucha por la conservación de la naturaleza, quizá porque todo el mundo sabía que la batalla estaba perdida de antemano.


El Solitario George en su piscina, en la Estación Darwin, Isla Santa Cruz. Foto: Ricardo Gómez Calmaestra.

Verano 2012. Ricardo