Pero las currucas no convencieron, así que hubo que cambiarlas por otros bichos más conocidos –y, por cierto, extinguidos en la zona- como el lince y el lobo. Y digo yo ¿qué tendrá de malo enseñar a la gente los verdaderos valores naturales de su pueblo? ¿Hay que vender las especies “bandera”, aunque ya no estén presentes? De este modo, nunca apreciaran lo que tienen, máxime si se trata de aves modestas y esquivas como las currucas.
Pero de lo que yo quiero hablar hoy es de estos pajarillos, ecológicamente mucho más relevantes en el monte mediterráneo que la mayor parte de las especies más emblemáticas, aunque solo sea por su abundancia. Como insectívoras, regulan y controlan invertebrados que podrían causar daños a la vegetación natural o a los cultivos. Y, como frugívoras, dispersan muchas plantas del bosque mediterráneo, especialmente durante sus trayectos migratorios.
Curruca zarcera (Sylvia communis), abundante en la mitad norte de España y en las montañas del centro y sur.
Las currucas genuinamente mediterráneas, de carácter más sedentario, parece que tienen un futuro más halagüeño que sus hermanas migratorias más norteñas. Así, la curruca cabecinegra (Sylvia melanocephala), lleva unas cuantas décadas expandiéndose por España, y las predicciones del cambio climático –mediterraneización de la mitad septentrional- puede facilitarle aún más su camino hacia el norte.

La curruca tomillera (Sylvia conspicillata), de ambientes más abiertos, también puede verse favorecida por la progresiva aridificación que se espera para la mitad sur peninsular.
Curruca tomillera (Sylvia conspicillata) en un azufaifo (Ziziphus lotus). Foto de Almería.
Las currucas más “europeas”, sin embargo, pueden salir muy desfavorecidas de estas alteraciones climáticas. Algunas, migrantes de largas distancias, van a sufrir desajustes con los cambios de sus ecosistemas. Deberán modificar su periodo reproductivo y reajustar su migración para sincronizarla con los recursos de los que dependen durante el otoño. Para especies como la curruca zarcera (Sylvia communis) o la curruca mosquitera (Sylvia borin), hoy muy abundantes, comenzarán los problemas si no son capaces de adaptarse a las nuevas condiciones, o si no son capaces de competir con otras especies, “desplazadas” por el calentamiento global.
Curruca mosquitera (Sylvia borin). Durante el otoño, pasan a millones por la Península.
Para otras currucas, es más difícil atisbar su futuro. La rabilarga (Sylvia undata), aunque típicamente mediterránea, ya se encuentra en regresión, sin que se conozcan bien las causas (¿pérdida de su hábitat, el matorral, por crecimiento del bosque?). La capirotada (Sylvia atricapilla), por su parte, ha demostrado ser muy adaptable, con poblaciones migradoras junto a otras que apenas se mueven durante el invierno. Sin embargo, su dependencia de los sotos fluviales en ambientes mediterráneos, -ecosistemas que presumiblemente se van a ver afectados- hace suponer que también pueda tener problemas.
Currucas capirotadas (Sylvia atricapilla) en una zarzamora (Rubus sp).
Por supuesto, todas estas predicciones son meramente especulativas. Tendremos datos más fiables cuando finalice (allá por 2009) el proyecto que ya desarrollan el Museo Nacional de Ciencias Naturales y la Universidad de Extremadura para el Ministerio de Medio Ambiente. El proyecto evaluará la situación futura y propondrá medidas de adaptación para buena parte de la fauna y flora española en relación al cambio climático que se espera para el siglo XXI. Veremos entonces que podemos esperar para las currucas. Aunque seguramente pocas aves van a ser mejores indicadores que estos exitosos y tímidos habitantes del matorral.
A disfrutar de la primavera.
Ricardo